La moderna pretensión de eliminar la incertidumbre que forma parte de la vida misma gusta de solucionismos médico-tecnológicos por si acaso. Muchos dan fe del dicho “peor el remedio que la enfermedad” de los que tenemos enormes ejemplos en la actualidad. Otros que no se ven, no huelen, no se notan, empeoran la salud y enferman más con un resultado más desastroso según va pasando el tiempo. Las prevenciones que conllevan efectos secundarios perjudiciales nos pueden conducir a una cascada de miedo, pruebas, tratamientos… cada uno con sus daños incluidos. Cualquier decisión sanitaria debería tener en cuenta los pros y los contras poniéndolos en una balanza y dependiendo de los riesgos, daños y posibles beneficios valorando si merece la pena el precio a pagar por ese hipotético beneficio teniendo en cuenta los daños probables, el riesgo real, no el que nos cuente quien nos lo venda, hable en la tele con conflictos de interés o recete preventivamente.
Si no asumimos una cierta incertidumbre nos moveremos siempre al son del miedo que nos inoculen las campañas de marketing de turno.
Urgencias es un lugar peligroso
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