Hay aspectos fundamentales de la atención sanitaria que se van reduciendo cada vez más en lo que parece un intento de hacerlos desaparecer. Tienen que ver con derechos básicos reconocidos pero que al modelo sanitario impuesto a la medida de los intereses corporativos no le van bien para su negocio de imposición sin posibilidad real de reclamación.
La obligación por parte de los profesionales de respetar los derechos de los pacientes es cada vez menos asumida produciéndose situaciones tremendas. La continua reducción de la autonomía del profesional hace imposible el respeto a la del paciente pues no podrá decidir sobre lo que se dificulta, impide o prohíbe a dicho profesional prescribir o informar.
Se normaliza la conversión de paciente a consumidor en una economía neoliberal disfrazándola como si de ciencia se tratara. Las garantías legales se convierten en papel mojado si en el momento necesario no hay suficiente apoyo político-social. Los abusos por sesgo, convenciones sociales, creencias… se llegan a convertir a partir de determinada intensidad en violaciones expresas de derechos fundamentales básicos como se ha visto en la pandemia hasta la saciedad.
Medicalizar problemas sociales es rentable para las empresas y para la política clientelista pero dañino para las personas y destructivo para la sociedad. La cohesión, equidad y democracia deben formar parte de lo social y no solamente de lo individual trabajando en aspectos no tratables médicamente y contra la medicalización de personas sanas.
Otros aspectos importantes son tener en cuenta que “satisfacción del paciente” no es “autonomía del paciente” y que la formación sobre todos estos aspectos (ahora cuasi-inexistente) es imprescindible para ejercer una buena labor sanitaria.
Artículo:
La autonomía del paciente. Una obligación ética y legal en la práctica clínica diaria